Odres de finos vinos, afrutados.
Jazmines olorosos, perfumados.
Nanas de amor, ardiente, inmaculado.
Y un corazón marchito al otro lado.
Otoño llega ardiente, esperanzado.
Ávido de locuras; mitigado.
Corazón que en su caja, consternado.
Revienta la razón, inusitado.
Resuena el llanto amable, postergado.
Doliente y soñador, embadurnado.
De algas y líquenes que en su perfil ha hondado.
Trémulo de quereres y olvidado.
Vuelvo al perfil de tu mirada ignota.
Serpenteando por valles y montañas.
La frente henchida; la morada rota.
Y en amago doliente una derrota.
Vuelvo a tu crin, pegaso alado mío.
Envuelvo mi tristeza entre tus trenzas.
Que nadie diga que no he corrido al río.
A enjuagar mis poemas.
Noches de luz añil, aletargada.
Días de luz difusa, sosegada.
Estaciones de orín y madrugadas.
Repletas de salitre, consternadas.
Voy de puntillas lanzando mi poema.
Que con pasión cerca de ti he bordado.
Alguien dirá que mereció la pena.
Desangrarse de amor el ermitaño.
Cuando en silencio leas estas letras.
Recordarás mi hazaña y sus verdades.
Olvidarás mi angustia. Y a raudales.
Soñarás que te quise en otras tierras.
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