Bienvenido al Blog de Carmen Urbieta




Soy Licenciada en Ciencias de la Información. Me gusta la poesía y la narrativa poética. He publicado artículos en revistas y periódicos desde 1989, he escrito 4 novelas, algún que otro cuento, ensayos y relatos cortos. Actualmente estoy trabajando sobre mi 5ª novela. Asimismo colaboro con Radio AFAEMO, en Madrid y con Emisoras ASEMFA en Andalucía. Publico también artículos para la Revista mensual Espacio Humano.

Por último añadir que soy miembro de ODEM (Organización para los Derechos de los Enfermos Mentales), colectivo éste que despierta en mí un alto grado de sensibilización.

Quisiera desde estas páginas pedir vuestro apoyo, colaboración, comentarios y la mayor difusión posible, a fin de mejorar muchos aspectos. Todo ello lo iréis viendo en mis escritos.

lunes, 11 de julio de 2016

Hablaba sola, mirándose al espejo.

Hablaba sola mirándose al espejo.
Cual si quisiera duplicar la realidad.
Miraba curiosa esa arruguita nueva.
Que ayer no estaba; te digo la verdad.

Cantaba sones, habaneras y fados.
Rancheras y baladas y algún que otro tango.
Quería deshacer el nudo en la garganta.
De verse arrinconada; sin derecho a nada.

Vivía sola y las horas pasaban.
Muy lentamente; manillas de reloj.
Que apenas palpa los sesenta segundos.
Que contiene un minuto para vos.

Reía sola. Y su risa estridente.
Chocaba inmensa con las paredes del salón.
Lloraba sola. Nadie iba a consolarla.
Y en ese instante se encomendaba a Dios.

Aparta de mí este cáliz, se decía.
Pero ese Dios no debía existir.
Pues no había solución a sus lamentos.
Oh, triste vida; amargura sin fin.

Se liaba un porro entonces.
Para olvidarse de la realidad.
Se liaba un porro para asegurarse.
Que se desdibujaba su penar.

Pero ese porro ingrato la llevaba.
A un nuevo episodio de su enfermedad.
Pero ese porro ingrato no sabía.
Que era afectada de salud mental.

Y tras sesenta días recluida.
En el psiquiátrico que le correspondía...
Sesenta días de estancia en el olvido.
Sin la presencia de los seres queridos.

Al llegar las cuatro, miraba con envidia.
Las visitas de sus compañeros.
Alguno preguntaba, ¿no tienes familia?
Y ella se sonreía cantando algún requiebro.

Y se marchaba a fumar sola al cuartucho insalubre.
Con ventanas tachonadas, para no poder abrirlas.
Cual cámara de gas, no obstante preferible.
A tener que aceptar que hoy tampoco iba nadie.
Que pudiera sacarle un par de horas a respirar aire.

... Salvo alguna excepción contada con los dedos.

Pero le viene bien porque así aprende.
A saber quién es quién.




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