Bienvenido al Blog de Carmen Urbieta




Soy Licenciada en Ciencias de la Información. Me gusta la poesía y la narrativa poética. He publicado artículos en revistas y periódicos desde 1989, he escrito 4 novelas, algún que otro cuento, ensayos y relatos cortos. Actualmente estoy trabajando sobre mi 5ª novela. Asimismo colaboro con Radio AFAEMO, en Madrid y con Emisoras ASEMFA en Andalucía. Publico también artículos para la Revista mensual Espacio Humano.

Por último añadir que soy miembro de ODEM (Organización para los Derechos de los Enfermos Mentales), colectivo éste que despierta en mí un alto grado de sensibilización.

Quisiera desde estas páginas pedir vuestro apoyo, colaboración, comentarios y la mayor difusión posible, a fin de mejorar muchos aspectos. Todo ello lo iréis viendo en mis escritos.

domingo, 26 de septiembre de 2010

EL HALCÓN.- Carmen Urbieta.

Un halcón sobrevolaba la campiña. Al fondo su dueño con el guante de cuero le esperaba. El halcón tenía una careta de cuero que le cerraba el pico y por donde asomaban sus dos grandes ojos.

Un día, sobrevolando, sobrevolando, el halcón avistó una liebre y bajó con premura hasta el suelo.

Antón, su dueño, le llamaba impaciente. Pero Julio, el halcón, quería probar la carne fresca de Yolanda, la liebre.

- ¿Qué haces así?, -preguntó Yolanda. No te temo. Ese uniforme impide tu ataque. No eres más que un pájaro grande inofensivo.

-No es cierto; soy un halcón terrible, -replicó Julio. Si me quitas las cinchas sabrás lo que es bueno.

Y dicho éso, desplegó, presumido, sus grandes e imponentes alas.

- Ja, ja -repuso Yolanda. Con esas alas podrás volar, pero jamás podrás comerme. Y yo ahora me voy, no tengo tiempo que perder. Me esperan mis cachorros.

Antón seguía llamándole: "Julio, Julio", pero Julio no se resignaba. Tenía la presa tan cerca...

Cuando vió que Yolanda se hubo ido, desplego nuevamente las alas para volar y atravesó el campo de trigo en dirección a su dueño. Éste, al verle, se colocó el gran guante de cuero y Julio, obediente, se posó en él.

Antón entonces desabrochó la casaca de Julio y le dio de comer trozos secos de carne. Éste los probó y viendo que ése sería su destino para siempre, volvió a extender sus alas, esta vez para no volver nunca más.

Julio no pudo comerse a Yolanda, pero sí a pequeños ratones, topos, sapos y perritos de las praderas. Sus alas volaban planeando entre montes y acantilados dibujando en el aire la palabra LIBERTAD.

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