Bienvenido al Blog de Carmen Urbieta




Soy Licenciada en Ciencias de la Información. Me gusta la poesía y la narrativa poética. He publicado artículos en revistas y periódicos desde 1989, he escrito 4 novelas, algún que otro cuento, ensayos y relatos cortos. Actualmente estoy trabajando sobre mi 5ª novela. Asimismo colaboro con Radio AFAEMO, en Madrid y con Emisoras ASEMFA en Andalucía. Publico también artículos para la Revista mensual Espacio Humano.

Por último añadir que soy miembro de ODEM (Organización para los Derechos de los Enfermos Mentales), colectivo éste que despierta en mí un alto grado de sensibilización.

Quisiera desde estas páginas pedir vuestro apoyo, colaboración, comentarios y la mayor difusión posible, a fin de mejorar muchos aspectos. Todo ello lo iréis viendo en mis escritos.

martes, 1 de noviembre de 2011

LA BELLA ESTHER.- Carmen Urbieta.

Pasaba la mañana entre algodones y sedas caprichosas,
vigilando el sempiterno ambiente de tapices y cuadros,
la estancia oscurecida con gruesos cortinajes,
y una cálida alfombra de piel de oso a sus pies.


Con regocijo hojeaba la Gaceta,
en busca de noticias que le sacaran del tedio.
Pronto asomó Wendy su leve cabecita,
anunciándole que tenía una visita ilustre.

Se apresuró a arreglarse lo más presto que pudo,
se trataba de la dama de sus sueños,
el pelo moreno le caía en remolinos
sobre sus suaves hombros satinados.

Un corpiño le elevaba levemente el busto;
un corpiño con hilos de oro y plata,
seguido de una falda almidonada y vaporosa...
Su nombre era Esther.

-Que pase raudo: ya estoy preparado,
(y era verdad, pues de mañana se había bañado).

Se abrió la maciza puerta de abedul,
y majestuosa en su inmensa belleza apareció
la dama de sus sueños.

Jacinto no podía creerlo:
mi bella Esther en mis aposentos.
Con ademán ilustrado la condujo
hasta una butaca ricamente tallada
y con tapicería de satén color burdeos.

¿A qué debo esta gratísima visita?, preguntó el caballero.
¡Oh, Jacinto, ayudadme, mi padre está muriendo!
Ya sé que no sois médico, pero sí el único
que pueda hacerle entrar en razón.

Veréis. No admite los consejos de nadie.
Piensa que a su alrededor todos son enemigos.
Si nadie le disuade de su desvarío
acabará conmigo...

Para colmo envejece por momentos.
Ya nada le asienta en el estómago.
Lo poco que come lo revierte al exterior,
como una golondrina que en sus trinos se ahoga...

No os preocupéis bella dama
que yo hablaré con él, pues es a mi a quien atiende,
pero antes me debéis contestar
a una pregunta que de mi garganta pende.

Vos diréis buen Jacinto, ¿qué os preocupa?
Quisiera unicamente saber si vos me amáis
con la misma entrega y el mismo desconsuelo
con que lo hago yo...

Jacinto, amor mío, si yo no os quisiera
no me habría presentado en vuestra estancia.
Hubiera recurrido a otros conocimientos,
que, aunque escasos, me podrían servir de utilidad...

Únalo todo, si bien le parece,
el inmenso amor que siento por mi padre
y el que os profeso a vos, siempre tan dispuesto a ayudar...

Y así fue cómo ese día y en ese momento,
dos almas convirtiéronse en una grande, libre, maravillosa.

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