Suave la brisa.
El alma henchida.
Sonoro el canto de los gorriones y los tucanes...
No hay por aquí.
¿No?. Entonces ¿qué son esos plumajes?.
Son los de un mirlo... ¿No vés?. No tiene el arcoiris en el pico; ni lo tiene tan grande...
¡Pero canta como si los tuviera!.
Sí; su canto es uno de los más bellos.
Yo me despierto cada mañana con su trino.
Y juro que no hay sonido más hermoso.
Se te olvidan las rejas de tu prisión.
Puedes vestirte apresuradamente e ir a contemplar su canto de bienvenida.
Y tú te contagias de tan buenos presagios.
Y ya allí, enciendes un cigarro y vés cómo aparece el sol entre los bloquess de ladrillos.
E ilumina con su fuerza las fachadas.
Y los gorriones se atolondran con sus pío-pío.
Y los mirlos redoblan su trinar.
Y tú en el centro de la orquesta, con tus vaqueros y tu sudadera.
Y tu eterno cigarro entre los labios.
Respirando, viendo, palpando, oyendo, sintiendo...
Que la vida es corta y hay que aprovecharla.
Que el mar está lejos, pero aún tienes su recuerdo grabado en tus pupilas.
Que el riachuelo hace sólo dos días oíste discurrir entre las piedras.
Y llenaste tu cantimplora con su agua cristalina y fresca.
Que la vida son dos días y hay que aprovecharlos.
Y que no sé a quién; a alguien, tengo que dar las gracias por todo lo que aún tengo.
Sólo sé que si muero ahora moriré feliz.
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